martes, 24 de diciembre de 2024 17:23 www.gentedigital.es
Gente blogs

Gente Blogs

Blog de Javier Memba

El insolidario

Dos lecturas de Ambrose Bierce

Archivado en: Cuaderno de lecturas, sobre "El monje y la hija del verdugo" y "Cuentos de soldados y civiles", de Ambrose Bierce

imagen

Ilustración de Santiago Caruso para la edición de "El monje y la hija del verdugo" de Los Libros del Zorro Rojo.

                   Cuentista antes que novelista, Ambrose Bierce ocupa un puesto prominente en medio del camino que lleva al amante del cuento de miedo de Poe a Lovecraft. Siempre entre los grandes del género, sólo escribió una novela corta. El monje y la hija del verdugo, el título en cuestión, apareció en 1892. Parece ser que basada en un amor proscrito, alumbrado en 1680 por un franciscano de un monasterio de los Alpes bávaros llamado Berchtesgaden y la hija de un verdugo. El escenario, no puede ser más gótico. De hecho, el texto está considerado uno de los mejores ejemplos del género. Di cuenta de él hace diecinueve años, las líneas que reproduzco a continuación son las notas que tomé entonces:

                   Pese a que la atmósfera y los planteamientos llevan a pensar durante toda la narración que en la siguiente página se nos va a hacer referencia a una extraña entidad, lo cierto es que aquí lo sobrenatural no aparece por ningún lado.

 

                   Ambrosio, un monje franciscano es enviado por sus superiores al monasterio de Berchtesgaden, en los alrededores de Salzburgo. Durante el camino se topará con un cadalso, de cuya horca pende un ajusticiado. Pese a lo insólito del encuentro -uno de los mejores momentos del libro- en los alrededores del siniestro lugar pulula Benedicta, la hija del verdugo, cuya belleza no tardará en prendar al religioso.

 

                   La fraternal atracción que Ambrosio siente por la joven, no hace sino afianzarse ante los desprecios que la población dedica a Benedicta por la profesión de su padre. Presto a defender a la bella, el monje se ganará las reprimendas de su superior y las amenazas de Roque, un gigante fanfarrón, hijo de la máxima autoridad del lugar: el administrador.

 

                   Durante la celebración de las fiestas locales, cuando Ambrosio es puesto en aviso por Amelia -una joven mezquina que desea a Roque- de que el fanfarrón va en busca de Benedicta, el franciscano corre a impedir el encuentro. Cuál no será su sorpresa al comprender que Benedicta también se siente atraída por Roque. Días después, el pueblo, escandalizado, obligará al verdugo a que ponga a su hija en la picota.

 

                   Próxima la ceremonia en que habrá de ser convertido en fraile, dadas las proporciones que ha tomado el interés del monje por la muchacha, el superior manda a Ambrosio a meditar a las altas cumbres antes de ser ungido con los santos óleos. La soledad no hará sino aumentar la pasión del religioso por Benedicta. Él mismo comienza considerar la posibilidad de que el amor que la profesa sea carnal.

 

                   Hete aquí que entonces, muerto su padre, Benedicta ha huido del pueblo yendo a instalarse en Lago Negro, un lugar próximo a la cabaña que da cobijo a Ambrosio.

 

                   El religioso, que no quiere entender que la muchacha ama a Roque, insiste en redimirla del pecado. Finalmente, convencido de que ésa es la única forma de salvarla, la mata. Acto seguido sabemos que la confesión ha sido hecha por un condenado a muerte en sus últimas horas.

 

                   Para finalizar, una addenda nos dice que Benedicta no fue esa joven pura que imaginó el monje, sino que estaba amancebada con el verdugo. La última sensación es que toda la historia nos ha sido contada por un desquciado al que hemos creído un romántico totalmente cuerdo. Este final -esta explicación de la locura- me ha interesado tanto por sí sólo que ha conseguido suplir a esas entidades sobrenaturales, que he echado de menos a lo largo de todas estas páginas.

 

(abril, 97)

 

 

 

                   Puede que fuera la avidez con la que me di a las lecturas de Ambrose Bierce en los meses siguientes la que llevó a pensar que mi edición de Cuentos de soldados y civiles (1891) está expurgada o resumida de algún modo. Era tanto mi afán de aquellos cuentos que todos me parecían pocos. Desde entonces, para consolarme tiendo a pensar que esa sensación de que me faltan algunos en el tesoro bibliográfico puede deberse a que Cuentos de soldados y civiles apareció en 1892 con el título de En medio de la vida. Fue una edición corregida que bien pudo estar disminuida o aumentada y la mía estar extraída de la mermada. Pero no hallo consuelo. También son las notas que tomé entonces, tras mi segunda lectura de Bierce, ya en la primavera del 98, la que a continuación reproduzco:

 

                   Aunque sigo sin encontrar ese terror sobrenatural que vengo buscando en este autor desde que leyera El monje y la hija de verdugo, he de reconocer que esta recopilación me ha cautivado desde la primera de las narraciones: El puente del río del Búho. Cuenta la historia de Peyton Farquhar, un cultivador de Alabama -el único civil de la colección- que espera ser ahorcado por haber saboteado una vía férrea de los yanquis. Mediante una cronología en su principio fragmentada -prolegómenos de la ejecución, presentación de Farquhar junto a la sugerencia del delito que le ha llevado al patíbulo y ahorcamiento- se nos refiere la experiencia del confederado en trance de muerte. Es decir, aquella famosa última visión del moribundo que, en el caso del cultivador, le lleva a creer estar de nuevo junto a su familia.

 

                   Una escaramuza en los puestos de avanzada trata de un sudista de nacimiento que busca la recomendación de un gobernador yanqui para alistarse en el ejército de la Unión -federal, según el traductor-. Pese a los primeros recelos, el político accede y nuestro protagonista es nombrado capitán en un regimiento destinado a primera línea.

 

                   Durante una visita que el gobernador hace al frente, el capitán, al que encuentra muy demacrado por los rigores del combate, muere en el transcurso de una operación. Paralelamente se nos cuenta como Armisted -nuestro hombre- ha recibido una carta en la que su esposa, abandonada por el hombre que la sedujo, le pide perdón. De este modo entendemos que fue la infidelidad de su mujer lo que empujó a Armisted a enrolarse en las filas de sus enemigos naturales.

 

                   Adderson, aquel cuyo nombre da título a Parker Adderson, filósofo, es un espía de Unión. La noche antes de ser ejecutado como tal, se gana con sus chanzas y sus agudas reflexiones sobre el espionaje y la vida castrense al general Clavering -ya conocido de piezas anteriores- que lo interroga. Sin embargo, el momento de ser pasado por las armas se adelanta y Adderson, perdiendo el aplomo y el cinismo del que ha hecho gala hasta entonces, se abalanza sobre el capitán que ha de llevarle a la muerte, enzarzándose en una pelea contra él y contra el general. Pese a que al finalizar este combate creemos por un momento que el agente de la Unión salvará su vida. El general, desvanecido a consecuencia de los golpes que acaba de recibir, recupera el conocimiento a tiempo para ordenar la ejecución de Adderson.

 

                   En El caso del desfiladero de Coulter, Bierce vuelve a insistir en el tema del sudista enrolado en las filas yanquis. En esta ocasión es el capitán de artillería Coulter, a quien se le ordena que bombardee una posición. Como al principio se muestra reacio a obedecer la orden, su superior piensa que ello se debe a sus orígenes confederados. No obstante, Coulter sirve a su pieza con toda la valentía que se espera de él. Acabada la batalla, los oficiales pernoctan en una semiderruida mansión cercana cuando oyen un ruido. Puestos a averiguar de qué se trata descubren a Coulter llorando a su mujer y a su hijo muertos. Cabe suponer que el capitán, obedeciendo a sus superiores, se ha visto obligado a bombardear su casa.

 

                   En un paisaje dantesco, sembrado de cadáveres de hombres y caballos, en el que los cerdos salvajes se comen a los equinos aún agonizantes -lo que perfectamente puede significar que los soldados estaban corriendo la misma suerte, pero que el autor (que escribe en 1891), no se atreve a herir la sensibilidad del lector-, se sitúa El golpe de gracia. El capitán Downing Madwell, su protagonista, cuyo regimiento acaba de ser derrotado, busca entre los heridos a su amigo, el sargento Caffal Halcrow, al que encuentra en trance de muerte. Dado que no hay ningún médico cerca y, consciente de los inútiles que son los últimos sufrimientos de estos moribundos, Madwell remata a su camarada. Apenas acaba de hacerlo, el mayor Halcrow, hermano del sargento pero enemigo de Madwell, se acerca con dos sanitarios.

 

                   En Un jinete por el cielo Bierce vuelve al tema del confederado por lugar de nacimiento que combate al lado de la Unión. Aquí, el prototipo responde al nombre de Carter Druse. Pese a que de la guardia que se le ha ordenado depende la seguridad de cinco regimientos yanquis, Carter duerme. Sin embargo, cuando un jinete confederado inspecciona el terreno, el joven despierta y le encañona. Ahora bien, no se atreve a disparar, hay algo que se lo impide. Cuando acaba por decidirse a abatir al jinete y el sargento se acerca a preguntar sobre quién ha disparado, Carter contesta que sobre su padre.

 

                   Uno de los desaparecidos es la historia de Jerome Searing, a quien se le encomienda la misión de acercarse hasta las líneas confederadas y ver cuál es el estado de las fuerzas del enemigo. Habiendo comprobado que éste se bate en retirada, Searing se dispone a informar a sus superiores cuando una columna de confederados le hace amartillar su rifle a la espera de un buen disparo. Nuestro hombre ya está dispuesto a apretar el gatillo cuando la onda expansiva de un cañonazo de los sudistas le deja inmovilizado bajo unas vigas. Lo demás es esperar la muerte apartando a las ratas que le rodean e intentar llamar la atención de sus compañeros. Finalmente, cuando éstos llegan, un oficial asegura que hace una semana que Searing expiró.

 

                   Aunque el terror sobrenatural brille por su ausencia, llego al último de los relatos con la satisfacción de haber leído una maravilla, cautivadora desde sus primeras páginas. Asombra que ninguna de las narraciones aquí reunidas esté encuadrada dentro de las filas confederadas, en las que el autor combatió más de cincuenta años antes de ser dado por desaparecido mientras seguía como observador al ejército de Pancho Villa. Bien es cierto que casi todas los Cuentos de soldados y civiles mitifican el heroísmo y la entrega de los defensores de la esclavitud, como el Hollywood clásico por otro lado. Pero, como ante la buena literatura para mí no hay dogmatismos que valgan, aplaudo sin paliativos los textos de un autor que, a decir de Lovecraft, constituye "una de las cumbres de la literatura fantástica estadounidense".

 

                   Muerto en Resaca, que cierra tan espléndido conjunto, incide en lo apuntado en Una escaramuza en los puestos de avanzada. Esto es: el soldado que busca la muerte despechado por amor. En este caso, el militar es el teniente Herman Brayle, quien llama la atención de sus compañeros por el inconsciente arrojo del que hace gala en la batalla. Por fin, cuando se le encomienda llevar un mensaje, tras una cabalgada en la que desafía los disparos del enemigo -bien podría haber inspirado la de Kevin Costner al comienzo de la tediosa Bailando con lobos (1990)- el teniente muere.

 

                   Un año después, el narrador, a quien le ha tocado en suerte la cartera del difunto -al parecer siguiendo una costumbre castrense-, descubre en ella la carta de una señorita. En ella le dice a Brayle que se ha puesto en duda su valentía y le advierte que le prefiere muerto que cobarde. Personado en casa de la dama para devolverle la misiva, la mujer se escandaliza al ver que la misiva está manchada de sangre. Dicho gesto sirve de detonante al narrador para que cuando la joven, la novia de Brayle, le pregunte que cómo murió el teniente, el hombre responda -en clara alusión a ella, a mi entender- que "le mordió una serpiente".

 

(junio, 98)

Publicado el 16 de febrero de 2016 a las 12:30.

añadir a meneame  añadir a freski  añadir a delicious  añadir a digg  añadir a technorati  añadir a yahoo  compartir en facebook  twittear  votar

Comentarios - 2

1 | Jose Luis - 17/2/2016 - 12:44

Tu me descubriste a Bierce y realmente es un cuentista tal y como apuntas, además por la época parece vinculado al sturn ubd drag y al romanticismo.
Siempre es agradable leerlo
saludos

2 | Javier Memba (Web) - 17/2/2016 - 17:29

Me alegro mucho de que te guste. Un saludo.

Tu comentario

NORMAS

  • - Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios que consideremos fuera de tema.
  • - Toda alusión personal injuriosa será automáticamente borrada.
  • - No está permitido hacer comentarios contrarios a las leyes españolas o injuriantes.
  • - Gente Digital no se hace responsable de las opiniones publicadas.
  • - No está permito incluir código HTML.

* Campos obligatorios

Javier Memba

Javier Memba

            Periodista con más de cuarenta años de experiencia –su primer texto apareció en la revista Ozono en 1978-, Javier Memba (Madrid, 1959) fue colaborador habitual del diario EL MUNDO entre junio de 1990 y febrero de 2020. Actualmente lo es en Zenda Libros. Estudioso del cine antiguo, en todos los medios donde ha publicado sus cientos de piezas ha demostrado un decidido interés por cuanto concierne a la gran pantalla. Puede y debe decirse que el setenta por ciento de su actividad literaria viene a dar cuenta de su actividad cinéfila. Ha dado a la estampa La nouvelle vague (2003 y 2009), El cine de terror de la Universal (2004 y 2006), La década de oro de la ciencia-ficción (2005) –edición corregida y aumentada tres años después en La edad de oro de la ciencia ficción-, La serie B (2006), La Hammer (2007) e Historia del cine universal (2008).

 

            Asimismo ha sido guionista de cine, radio y televisión. Como novelista se dio a conocer en títulos como Homenaje a Kid Valencia (1989), Disciplina (1991) o Good-bye, señorita Julia (1993) y ha reunido algunos de sus artículos en Mi adorada Nicole y otras perversiones (2007). Vinilos rock español (2009) fue una evocación nostálgica del rock y de quienes le amaron en España mientras éste se grabó en vinilo. Cuanto sabemos de Bosco Rincón (2010) supuso su regreso a la narrativa tras quince años de ausencia. La nueva era del cine de ciencia-ficción (2011), junto a La edad de oro de la ciencia-ficción, constituye una historia completa del género, aunque ambos textos son de lectura independiente. No halagaron opiniones (2014) fue un recorrido por la literatura maldita, heterodoxa y alucinada. Por su parte, David Lynch, el onirismo de la modernidad (2017), fue un estudio de la filmografía de este cineasta. El cine negro español (2020) es su última publicación hasta la fecha.  

 


 

          

 

Miniatura no disponible

 

Javier Memba en 2009

 

Javier Memba en 1988

 

Javier Memba en 1987

 

1996

 

 

Javier Memba en la librería Shakespeare & Co. de París

 

 

 

 

Imagen

 

 

COMPRAR EN KINDLE:

 

 

 

contador de visitas en mi web



 

 

Enlaces

-La linterna mágica

-Unas palabras sobre Vida en sombras

-Unas palabras sobre La torre de los siete jorobados

-50 años de la Nouvelle Vague en Días de cine

-David Lynch, el onirismo de la modernidad en Radio 3

-Unas palabras sobre Casablanca en Telemadrid

-Unas palabras sobre Tintín en Cuatro TV

 

 

ALGUNOS ARTÍCULOS:

Malditos, heterodoxos y alucinados de la gran pantalla

Nuevos momentos estelares de la humanidad

Chicas yeyés

Chicas de ayer

Prólogo al nº 4 de la revista "Flamme" de la Universidad de Limoges

Destinos literarios

Sobre La naranja mecánica

Mi tributo al gran Chris Marker

El otro Borau

Bohemia del 89

Unos apuntes sobre las distopías

Elogio de Richard Matheson

En memoria de Bernadette Lafont

Homenaje al gran Jean-Pierre Melville

Los amores de Édith

Unos apuntes sobre La reina Margot

Tributo a Yasujiro Ozu con motivo del 50 aniversario de su fallecimiento

Muere Henry Miller

Unos apuntes sobre dos cintas actuales

Las legendarias chicas de los Stones

Unos apuntes sobre el "peplum"

El cine soviético del deshielo

El operador que nos devolvió el blanco y negro

Más real que Homeland

El cine de la Gran Guerra

Del porno a la pantalla comercial

Formentera cinema

Edward Hopper en estado puro

El cine de terror de los años 70

Mi tributo a Lauren Bacall

Mi tributo a Jean Renoir

Una entrevista a Lee Child

Una entrevista a William McLivanney 

Novelistas japonesas

Treinta años de Malevaje

Las grandes rediciones del cómic franco-belga

El estigma de La campana del infierno

Una reedición de Dalton Trumbo

75 años de un canto a la esperanza

Un siglo de El nacimiento de una nación

60 años de Semilla de maldad

Sobre las adaptaciones de Vicente Aranda

Regreso al futuro, treinta años después 

La otra cabeza de Murnau

Un tributo a las actrices de mi adolescencia

Cineastas españoles en Francia

El primer surrealista

La traba como materia literaria

La ilustración infantil de los años 70

Una exposición sobre la UFA

La musa de John Ford

Los icebergs de Jorge Fin

Un recorrido por los cineastas/novelistas -y viceversa-

Ettore Scola

Mi tributo a Jacques Rivette

Una película a la altura de la novela en que se basa

Mi tributo a James Cagney en el trigésimo aniversario de su fallecimiento

Recordando a Audrey Hepburn

El rey de los mamporros

Una guía clásica de la ciencia ficción

Musas de grandes canciones

Memorias de la España del tebeo

70 años de la revista Tintín

Ediciones JC regresa a sus orígenes

Seis claves para entender a Hergé

La chica del "Drácula" español

La primera princesa de la lejana galaxia

El primer Tintín coloreado

Paloma Chamorro: el fin de "La edad de oro"

Una entrevista a la fotógrafa Vanessa Winship

Una recuperación del Instituto Murnau

Heroínas de la revolución sexual

Muere George A. Romero

Un mito del cine francés

Semblanza de Basilio Martín Patino

Malevaje en la Gran Vía

Entrevista a Benjamin Black

Un circunloquio sobre la provocación

Una nueva aventura de Yeruldelgger

Una dama del crimen se despide

Recordando a Peggy Cummins

Un tributo a las yeyés francesas

La última reina del Technicolor

Recordando a John Gavin

Las referencias de La forma del agua

El Madrid de 1988

La nueva ola checa

Un apunte sobre Nelson Pereira dos Santos

Una simbiosis perfecta

Un maestro del neorrealismo tardío

El inovidable Yellowstone Kelly

Que Dios bendiga a John Ford

Muere Darío Villalba

Los recuerdos sentimentales de Enrique Herreros

Mi tributo a Harlan Ellison

La inglesa que presidió el cine español

La última rubia de Hitchcock

Unos apuntes sobre Neil Simon

Recordando Musicolandia

Una novelista italiana

Recordando a Scott Wilson

Cämilla Lackberg inaugura Getafe Negro

Una conversación entre Läckberg y Silva

El guionista de Dos hombres y un destino

Noir español y hermoso

Noir italiano

Mi tributo al gran Nicholas Roeg

De la Escuela de Barcelona al fantaterror patrio

Recordando a Rosenda Monteros

Unas palabras sobre Andrés Sorel

Farewell to Julia Adams

Corto Maltés vuelve a los quioscos

Un editor veterano

Una entrevista a Wendy Guerra

Continúa el misterio de Leonardo

Los cantos de Maldoror

Un encuentro con Clara Sánchez

Recuerdos de la Feria del Libro

Viajes a la Luna en la ficción

Los pecados de Los cinco

La última copa de Jack Kerouac

Astérix cumple 60 años

Getafe Negro 2019

Un actriz entrañable

Ochenta años de "El sueño eterno"

Sam Spade cumple 90 años

Un western en la España vaciada

Romy Schneider: el triste destino de Sissi

La nínfula maldita

Jean Vigo: el Rimbaud del cine francés

El último vuelo de Lois Lane

Claudio Guerin Hill

Dennis Hopper: El alucinado del Hollywood finisecular

Jean Seberg: la difamada por el FBI

Wener Herzog y la cólera de Dios

Gordad, el gran maese de la heterodoxia cinematográfica

Frances Farmer, la esquizofrénica que halló un inquietante sosiego

El hombre al que gustaba odiar

El gran amor de John Wayne

Iván Zulueta, arrebatado por una imagen efímera

Agnès Varda, entre el feminismo y la memoria

La reina olvidada del noir de los 40

Judy Garland al final del camino de adoquines amarillos

Jonas Mekas, el catalizador del cine independiente estadounidense

El gran Edgar G. Ulmer

La última flapper; la primera it girl

El estigmatizado por Stalin

La controvertida Egeria del Führer

El gran Tod Browning

Una chica de ayer

El niño que perdió su tren eléctrico

La primera chica de Éric Rohmer

El último cadáver bonito

La exnovia de James Dean que no quiso cumplir 40 años

Don Luis Buñuel, "ateo gracias a Dios"

La estrella cuyo fulgor se extinguió en sus depresiones

El gran cara de palo

Sylvia Kristel más allá de Emmanuelle

Roscoe Arbuckle, cuando se acabaron las risas

Laura Antonelli, la reina del softcore que perdió la razón

Nicholas Ray, que nunca volvió a casa

El vuelo más bajo de la princesa Leia Organa

Eloy de la Iglesia y el cine quinqui

Entiérralo con sus botas, su cartuchera y su revólver

La chica sin suerte

Bela Lugosi y la sombría majestuosidad de Drácula

La estrella de triste suerte

La desmesura de Jacques Rivette

Françoise Dorléac

Klaus el loco

Una hippie de los 70

Jean Esustache, entre la Nouvelle Vague y el ascetismo

Nadiuska, un juguete roto

Thea von Harbou

Jesús Franco

David Cronenberg

Sharon Tate, como en un cuento de Sheridan Le Fanu

Un guionista sediento

La reina del fantaterror patrio

Dalton Trumbo y los diez de Hollywood

La primera chica que arrojó una tarta 

El desdichado Hércules contemporáneo

En la tradición familiar

El músico del realismo poético

Otro tributo a la gran Patty Shepard

Elmer Modlin y su extraña familia

Las coproducciones internacionales rodadas en España

Marilyn Monrore y su desesperado último gesto

Un amor más poderosos que la vida

El actor atrapado en sus personajes

Entre el fantasma de su madre y el final del musical

Barbet Schroeder

Amparo Muñoz

Samuel Bronston más alla de Las Rozas

Chantal Akerman

Françoise Hardy 

Un antiguo dogmático

Jane Birkin

Anna Karina, su turbulento amor y el Madison

Sandie Shaw, ya con calzado

El gran Serge Gainsbourg

Entre la niña prodigio y la mujer concienciada

La intérprete de Shakespeare que inspiró a The Rolling Stones

La maleta del capitán Wajda

Val Lewton y su dramatización de la psicología del miedo

La alimaña de Whitechapel

Cristina Galbó

La caravana Donner

Eddie Constantine

Un nuevo curso del tiempo

Rosenda Monteros

Una criatura de la noche

Una carta a Nicolás I

Edison y el 35 mm

Barbara Steele

El felón Esquieu de Floyran acaba con los templarios

Entre Lovecraft y Hitchcock

Tchang Tchong Yen recuerda a Hergé

La musa del ciberpunk

Néstor Majnó

Una leyenda del Madrid finisecular

El rey de la serie B

La primera cosmonauta soviética

Cuando la injuria sucede a la fatalidad

Bajo Ulloa y sus cuentos crueles

La cicerone de los Stones en el infierno 

Nace Toulouse-Lautrec

El París del Charlestón se rinde a Josephine Baker

Nastassja Kinski, la dulce hija del ogro

Un tributo a Sam Peckinpah

La leyenda del London Calling

Fiódor Dostoievski frente al pelotón de fusilamiento

Mi alucinada favorita

El hombre de las mil caras

El 7º de Caballería pierde la gloria

Un recuerdo de Silke

El genocidio camboyano

Peter Bogdanovich

Guy Debord y la sociedad del espectáculo

Un héroe de Iwo Jima 

Lupe Vélez tras el último tequila sunrise

El general Lee

Roman Polanski

Un hampón italoamericano

Jane Fonda en su juventud

Kraken en la Cuesta de Moyano

Josef von Sternberg

The Beatles en The Carvern y en el show de Ed Sullivan

Que la tierra le sea leve a Douglas Trumbull

El último superviviente del hampa de Chicago

Inma de Santis

El Álamo

Una musa insumisa

El malvado Zaroff y un elogio a las revistas pulp

Miles Davis

Un polaco y el amour fou

La Legión extranjera como género literario

Conchita Montenegro

Peter Lorre y su cara de villano

El juez de la horca

Syd Barrett

Kathleen Turner

Una caricatura de la hombría

Eric Clapton

Helga Liné

Butch Cassidy

Carlos Arévalo, un cineasta español

Nace el último bohemio

Pascual García Arano

María Perschy

El Combray de Ingmar Bergman

Carlos Castaneda

Una canción de Neil Young

Un suicida dandi

Hedy Lamarr

Philip K. Dick y sus realidades bastardas

La última mujer fatal

Andréi Tarkovski, otro maldito por la censura soviética

Nace la música de la New Age

"Wie einst" Lili Marleen

Una lectura de Byron en Villa Diodati

Un apostol de la sedición juvenil

Ava en mi ciudad

Rider Haggard

Una entrada para la "Historia universal de la infamia"

La Marguerite Duras cineasta

Gallardo y calavera

El hombre que vendió su alma a Elizabeth Taylor

El crímen de Charlotte Corday

Un elogio entusiasta de la urbe

Un ángel caído

Mary Bradbury teme por su vida

Pierre Étaix y su triste gracia

El mejor verano de los Rolling

María Rosa Salgado y su conmovedora discrección

La valentía de Ramón Acín

Sylvie Vartan

La cruz de Malta de Wim Wenders

La epifanía de Louis Daguerre

Carroll Baker

Marie Laforêt y mi amigo Eloy

Eliseo Reclus atisba su quimera

Patty Pravo

Richard Pryor contra sí mismo

Miroslava, una actriz marcada por la fatalidad

France Gall y el doble sentido

Robert Bresson y el cine puro

La gesta de Alekséi Stajánov

Nace el Rimbaud del Rock & Roll seminal

Dominique Dunne, una filmografía que se quedó en el aire

Un actor vampirizado por un personaje

Tolkien publica El Hobbit

La segunda musa de Godard

John Dos Passos entra en la eternidad

Alain Resnais, el cine de la memoria

Una musa del filme noir

El cadáver de Nancy Spungen en el Chelsea Hotel

La historia de Bobby Driscoll

Un icono del feminismo

Recordando a Tina Aumont

Colgaron a Gilles de Rais

Dario Argento

Nico en el cine

Dylan Thomas en su último trance

Brigitte Helm

Un punkie en la Disney 

Nace Billy el Niño

The Wall

Tennessee Williams

Vivien Leigh

Kazuo Sakamaki salva la vida en Pearl Harbor

El proscrito de la Escuela de Barcelona 

47 hombres de honor

Charlotte Rampling

La incomunicabilità del gran MIchelangelo Antonioni

F. Scott Fitzgerald

Un pilar del cómic estadounidense

Juliet Berto

Erik, el fantasma de la Ópera

Una comedia francesa

Un pesimista alegre

Una mirada indolente a la derrota 

Sender en Casas Viejas

Kipling en su último momento

Los hermanos Marx

Puente sobre aguas turbulentas

Anouk Aimée

Mary Shelley

Quentin Tarantino

Neal Cassady 

Natalie Wood

La heterodoxia de Ermanno Olmi

Fu-Manchú

Stefan Zweig pone fin a sus días

 

 

 

 

 

 

EN TU MAIL

Recibe los blogs de Gente en tu email

Introduce tu correo electrónico:

FeedBurner

Archivo

Grupo de información GENTE · el líder nacional en prensa semanal gratuita según PGD-OJD